El globalismo ha adoptado nuevas banderas. Ya no busca (por
el momento) expropiar las empresas, sino que a los hijos, pues su mente en
formación es mucho más moldeable que la de un adulto. Al pasar el Estado de un
rol subsidiario a uno preferente en lo que es el cuidado y educación de los
menores, le será sumamente fácil implantar su visión única, formándolos y
configurándolos bajo ésta.
Hace tiempo que ronda en el Congreso una especie de
esquizofrenia legislativa. Nuestros legisladores, en lugar de cumplir el rol
que les corresponde, que es legislar al servicio de todos los chilenos, se
dedican a tratar asuntos de carácter ideológico, los que, bajo títulos muy
seductores, que resultan ser políticamente irrenunciables, se esconden
verdaderos Caballos de Troya.
Cuando estas grandes reformas encuentran alguna dificultad,
entonces se las trata de introducir por la ventana o por debajo de la puerta,
por medio de pequeños cambios aislados a determinados cuerpos legales. Uno de
estos Caballos de Troya consiste en el proyecto de Ley de Reforma
Constitucional, el cual trata de Garantías y Derechos del Niño. Esta iniciativa
oculta, bajo un título aparentemente inofensivo, un contenido sumamente nocivo,
pues vendría a consolidar bajo un rango constitucional el concepto de Autonomía
Progresiva.
Por autonomía progresiva podemos entender a la capacidad de
los menores de ejercer, con grados crecientes de independencia, sus derechos
por sí mismos frente a sus padres o representantes. Esto supone que, en la
medida que avanzan en el desarrollo de sus capacidades, de acuerdo a la edad,
van adquiriendo, gradualmente, más control sobre la forma en que quieren
ejercer determinados derechos.
Esto constituiría un límite frente a la autoridad de los
padres, lo que puede afectar en cosas aparentemente triviales, como los
permisos para salir y las horas de llegada, pasando por el “derecho a la
privacidad” hasta decisiones tan importantes como solicitar la eutanasia (si es
que llega a aprobarse como ley) o el cambio de identidad de “género”.
Esta reforma no es un proyecto aislado, sino que una pieza
más de un conjunto de normas, iniciativas y políticas que apuntan hacia un
mismo objetivo: el deterioro de la familia y de la identidad de las personas,
con el fin de otorgar un mayor control al Estado y aquellos grupos de interés
que lo controlan.
Como consecuencia de lo anterior, la familia sufrirá un grave
deterioro, ya que esto generará un conflicto entre los padres y los hijos,
poniendo el Estado todo su aparataje para intervenir a través de la Defensoría
de la Niñez y también (en caso de aprobarse los respectivos proyectos) del
Servicio de Protección a la Niñez y del Sistema de garantías de los derechos de
la niñez.
A mayor abundamiento, el proyecto establece que cuando un
menor sufra una privación, perturbación o amenaza de estos derechos, deberán
ser interpretados resguardando su especial condición y teniendo presente lo
dispuesto en los tratados internacionales ratificados por Chile y que se
encuentren vigentes, lo que quiere decir que vemos una fuerte intención de
ceder soberanía nacional a organismos internacionales tales como ONU, UNICEF,
UNESCO y su agenda globalista.
Preocupante es también que un grupo no menor de
parlamentarios y otros personeros del oficialismo, en lugar de oponerse a esta
iniciativa, trabajan por su aprobación.
Hoy la izquierda ideológica ha adoptado nuevas banderas. Ya
no busca (por el momento) expropiar las empresas, sino que expropiar a los
hijos, pues su mente en formación es mucho más moldeable que la de un adulto.
Al pasar el Estado de un rol subsidiario a uno preferente en lo que es el
cuidado y educación de los hijos, le será sumamente fácil implantar su visión
única, formándolos y configurándolos bajo ésta.
Esta iniciativa debe ser rechazada, no debiendo el
oficialismo validarla en ninguna de sus partes. Debe tenerse siempre presente
que esta reforma no es un proyecto aislado, sino que una pieza más de un
conjunto de normas, iniciativas y políticas que no ocurren únicamente en
nuestro país y que apuntan hacia un mismo objetivo: el deterioro de la familia
y de la identidad de las personas, con el fin de otorgar un mayor control al
Estado y aquellos grupos de interés que lo controlan.
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